El Hammam, integrado desde hace siglos en los ritos y costumbres de los pueblos árabes, tiene, su origen en el Imperio Romano con amplios baños y termas. Tras ellos, los bizantinos crearon baños públicos más pequeños, que acabarían siendo las dimensiones habituales de un Hammam.
Los hammams marroquís y turcos ofrecem zonas de temperatura y tasa de humedad progresivas, entre 37y 46 ºC y a partir de un 80% de humedad. El calor húmedo relaja la musculatura, abre los poros de la piel –facilitando la eliminación de toxinas–, humidifica el aparato respiratorio y nos devuelve a una saludable calma.
En el siglo VIII los baños de vapor fueron reinventados y embellecidos por los califas de la dinastía Omeya, que los llevaron desde Oriente Medio a todo el Mediterráneo, a cada paso de su conquista.. A partir del siglo XV, el Imperio Otomano también dio un lugar privilegiado a los Hammams, conocidos en Europa Occidental como “baños turcos”.
El profeta Mohamed, pensaba que el calor del Hammam (que en árabe significa “despedir el calor”) aumentaba la fertilidad y entonces la reproducción de los creyentes. Por consecuencia, los árabes dejaron de usar agua fría para ducharse.
Así, en los países árabes, los Hammams se levantaban a las puertas de las mezquitas y su paso por ellos suponía una purificación y preparación necesarias para acceder al recinto sagrado. A través de un ambiente hermoso, sencillo y saludable el Hammam se convierte así en un espacio de regocijo y en uno de los principales centros de vida social, “Tu ciudad no puede ser perfecta si no hay baños..” (Abu Sir, historiador árabe)..